Es la ciudad más europea del mundo. Cívica e impecable, ordenada. Con su centro, sus edificios barrocos, sus jardines señoriales, sus palacios, la impresionante Grand Place. Sus tiendas de delicatessen acabarán con aquellos adictos al turismo gastronómico. Rodeados de cajitas de latón con preciosos dibujos de la Belle Epoque llenas de galletitas, pastas, bizcochos, todos lo bombones del mundo, y los coloridos Macarons. ¡Bruselas es increíble!
De acuerdo, puede que su reputación se resuma en chocolates y galletas asomando tras los escaparates que rodean la Unión Europea, pero Bruselas tiene un encanto especial del que carecen otras ciudades del continente. Ciertamente, no es una opción obvia para un fin de semana salvaje. Visitar París o Amsterdam suele ser más habitual. Pero precisamente por eso, puede que descubras que el encanto de Bruselas está precisamente en lo que no se cuenta de ella.
Día 1
El mejor consejo para explorar Bruselas es que rompáis vuestro mapa y os vayáis paseando por la ciudad. Bruselas es tan compacta, que lucharéis por perderos en ella. Las calles que se ramifican desde la Grand Place son un buen lugar para comenzar. No os podéis perder Marjolaine, una joya entre los puestos de cachivaches y la tienda de cómics Librairie Galerie Brüsel.
Si ya os habéis cansado, os podéis beber unas cervezas en el cualquier buena birrería de la ciudad, y observar a los lugareños viejos y arrugados jugando a las cartas. Luego podéis acabar escuchando jazz en L’Archiduc y merendaros finalmente un tajín abundante en el acogedor restaurante Kasbah.
Salir por la noche
Como todos los continentales iluminados, los belgas no se ponen en marcha hasta después de la medianoche pero alargan la fiesta hasta el amanecer. La noche belga impresiona sobre todo por la gente y sus estilos más diversos. La innovación, el estilo retro, las ganas de fiesta… Junto a los vestidos estampados, las gafas de carey, y los hipster que recorren sus calles, en tu noche belga escucharás en los locales los grandes éxitos de Aretha Franklin, Madonna, Michael Jackson… Os encontraréis bailando como salidos de una peli de Tarantino el «Twist and shout», y terminaréis sudados y agotados, pero felices, saliendo a la madrugada helada.
Día 2
Podéis pasar por Flagey, en el corazón de Ixelles, justo al sur del centro. Flagey es bonita y peculiar, con una mezcolanza de arquitectura típica de la ciudad (existe una ley belga de locos que permite a los arquitectos demandarse por plagio). Su corazón es el centro cultural, donde el ambiente es jóven y artístico. Podéis animaros a jugar una partida de ajedrez en la barra del Pantin. Por supuesto, aseguraos de probar los conos de patatas fritas. Los belgas se enorgullecen de sus fritos, y eso se lo tenemos que conceder.
Y puede que Bruselas tenga cierto aire de tristeza, pálida bajo el manto de nubes que la cubren incluso en verano. Pero en el ambiente se respira un aire intelectual demasiado interesante para ignorarlo. Es un rincón para expatriados, una reunión multicultural a la que uno se siente inmediatamente invitado.
¿Os hemos convencido? Si aún necesitas más razones para acercarte a Bélgica, no te pierdas este artículos sobre la mágica ciudad de Brujas.
Imagen: Emilio García, Jonas Tana, Steve Silverman, Thomas Hawk y Rebecca Sims vía Flickr