Si vas a viajar a Chaouen, te doy un consejo gratuito: llega en el autobús de la noche, cuando el cielo te impida ver la estación, las calles. En ese primer instante, solo habrá gente y más gente – los marroquíes viven de noche-, y ese espectáculo te marcará para siempre.
Cuando consigas tomar un petit taxi, llega a tu hotel y toma el té de bienvenida. Y, ante todo, acuéstate temprano, cálida y mágicamente. Te despertarás al amanecer con el sonido de las aguas del río, de ese río que fluye blandamente, como el que me imaginaba cuando era adolescente y leía los pensamientos del filósofo Heráclito. Chefchaouen es un poco como ese río, por el que nunca pasas dos veces, porque nunca es el mismo que antes conociste… ni lo volverá a ser al día siguiente. Esta es la historia de un viaje a Chefchaouen y es para ti. Si te has perdido el resto de una historia de un viaje a Marruecos, no dudes en empezar por el principio. ¡Enjoy!
Un paseo por la medina de Chefchaouen al amanecer
Me desperté a las ocho de la mañana y salí temprano en busca de Chefchaouen. No había mirado absolutamente nada de este pueblo, salvo algunas fotografías de su medina. Prefiero que los lugares a los que viajo me sorprendan. De hecho, suelo enterarme después de los viajes de cómo se llamaban muchos de los lugares que me enamoraron, aunque recuerdo con todo lujo de detalles a todas las personas que se cruzaron por mi vida, sus ojos, su manera de hablar y gesticular. Sus nombres.
La maldición es que apenas verás imágenes de mi visita a este lugar hipnótico, porque para mi fue un tesoro tan grande que apenas saqué una decena de fotos durante los tres días que estuve allí, disfrutando del fluir del agua. Aquella primera mañana no había ni un alma. Cuando pasé frente a los lavaderos, encontré a las primeras personas en mi camino. Eran dos mujeres de mediana edad que lavaban en los lavaderos, ¡Los lavaderos! He visto muchos a lo largo de mi vida pero nunca había visto a mujeres canturreando y riendo mientras lavan su ropa en ellos. En Chefchaouen aún es así.
Antes de entrar en la medina, advertí que en una de las hermosas montañas del lugar se erguía una mezquita y, por supuesto, no pude resistirme a subir hasta ella. Por cierto que, según me contó un habitante de allí, la temperatura era muy suave para ser Noviembre ya que otros años nevaba a estas alturas del año. Llegué a ella para descubrir que era la mezquita del monte. A diferencia de la gran mezquita – situada en el centro de la localidad -, esta contemplaba todo Chefchaouen, lo vigilaba como una madre atenta a sus hijos.
«The endless river»: La medina del pueblo azul
Recorrí la medina hasta llegar a la plaza de Outa El Hammam y para desayunar algo. Eran las 11 del mediodía y la calle estaba repleta de gente a la que apenas se oía. Y es que los marroquíes que conocí hablaban muy bajo, como lo hacen los portugueses o los franceses. Creo que es una de las cuestiones culturales que más me extraña – y fascina – ya que, aunque haya una calle repleta de personas que hablan entre sí, trabajan o se ríen, todo parece desarrollarse a cámara lenta. En esta plaza está la kasbah así como la gran mezquita.
Es imposible que, durante el tiempo que estás desayunando, no aparezcan varios vendedores de todo tipo de artículos y, por supuesto, que conozcas a alguien nuevo. En este caso eran unos gaditanos que, muy amablemente, me enseñaron algunas cosas de Marruecos y, concretamente, de Chefchaouen como lo es el Hammam marroquí. Este baño típico tiene un precio muy bajo de unos de 50 dh, aunque si eres turista te costará mucho más. Te bañan completamente desnuda y descubrí que es un acto social pero no mixto.
Después de despedirme traté de encontrar el Dar. Fue imposible hacerlo sin preguntar. Fue a Jameel, una de las personas más interesantes que conocí en mi viaje. Tenía su propio puesto en el pequeño zoco de Chaouen. El encanto de las gentes de Chefchaouen es equivalente al de esos lugares en los que las personas siguen viéndose como eso; como personas.
Conoce la segunda parte de la historia de un viaje a Chefchaouen y, por supuesto, ¡no dejes de viajar!
Imágenes: Alex Bayorti